En una mañana neblinosa, desembarco en el corazón de las Rías Baixas, un rincón del mundo donde la tierra saluda al mar con una melodía de olas y brisas saladas. Mis primeros pasos me llevan a la aldea de Combarro, famosa por sus hórreos alineados a lo largo de la costa, estructuras antiguas de piedra y madera que se utilizaban para almacenar el grano lejos de la humedad del suelo. Aquí, el aire lleva un sutil aroma a madera vieja mezclado con la frescura del océano Atlántico, creando una atmósfera de antigüedad viva que solo se puede experimentar al visitar las Rías Baixas.
Proseguir mi viaje hacia el sur, la costa se transforma mostrando acantilados que cortan la respiración y playas escondidas donde el sonido de las olas compite con el silencio. En A Lanzada, una extensa playa conocida por sus aguas terapéuticas, decido detenerme. Camino por la arena fina, observando cómo las familias locales se congregan para disfrutar de rituales de baños que, según cuentan las leyendas, tienen poderes de fertilidad. La conexión de la comunidad con su entorno es palpable, no solo en sus tradiciones, sino también en la manera respetuosa con la que interactúan con la naturaleza.
A medida que el sol comienza a descender, me dirijo hacia las Islas Cíes, parte del Parque Nacional Marítimo-Terrestre de las Islas Atlánticas de Galicia. El ferry me balancea suavemente mientras nos acercamos a lo que los romanos llamaron las «Islas de los Dioses». Aquí, el principal atractivo es la Playa de Rodas, frecuentemente elogiada como una de las más bellas del mundo. Pero más allá de su fama, lo que realmente capta mi espíritu aventurero son los senderos que serpentean a través de la isla, ofreciendo vistas espectaculares y encuentros inesperados con la fauna local, como los pájaros que anidan en los acantilados casi inaccesibles.
El viaje por las Rías Baixas no estaría completo sin saborear su exquisita gastronomía. En un pequeño restaurante familiar en O Grove, me deleito con un festín de mariscos, capturados esa misma mañana. Los sabores del pulpo a la gallega, las vieiras y los pimientos de Padrón me hablan de la historia y la cultura de esta tierra. Cada bocado es un relato, y cada plato compartido es una invitación a permanecer y explorar más.
Mientras la noche cae sobre las Rías Baixas, mi último destino es Tui, un pueblo histórico en la frontera con Portugal. Las calles de piedra, iluminadas tenuemente por faroles que parecen resistirse al paso del tiempo, conducen a la Catedral de Santa María. Este majestuoso testigo de siglos de historia se erige no solo como un monumento religioso, sino también como un punto de encuentro para peregrinos y viajeros de todo el mundo. Aquí, el pasado y el presente se entrelazan en una danza eterna que invita a reflexionar sobre el viaje no solo físico, sino también espiritual.
Así, mi periplo por las Rías Baixas se va desvaneciendo como la marea, dejando tras de sí un tesoro de recuerdos imborrables y la promesa de un retorno. Cada experiencia en este viaje ha sido un hilo más en el tapiz de mi propia historia, tejido con la belleza natural, la cultura vibrante y la hospitalidad inigualable de Galicia.